miércoles, 9 de octubre de 2013

Envueltos en laurisilva

Vista Tenerife desde alto Garajonay - by AyA



Bien pertrechados nos disponemos a adentrarnos en la selva de laurisilva macaronésica más importante que existe, en La Gomera, en pleno Parque Nacional de Garajonay, Patrimonio de la Humanidad, y cuya antigüedad se remonta a hace 65 millones de años. Y ese currículum se nota y lo tiene bien ganado y merecido.



Bosque del Cedro - by AyA
Las sombras que la vegetación nos ofrece hace que avanzar por el sendero descendente sea muy agradable y satisfactorio, maravillados por el entorno guardamos instantes de silencio para disfrutar de los sonidos de la naturaleza, el viento colándose por entre las ramas, los rayos de sol abriéndose paso con esfuerzo venciendo a las hojas de los árboles, el cantar de los pájaros, y el correr de un arroyo terminan por cautivarnos. Escalón a escalón descendemos desde lo alto del Garajonay (donde habíamos subido previamente), lugar que según la leyenda fue testigo del dramático final de una pareja de enamorados, él, Jonay, joven guanche de Tenerife, y que en una visita a la isla cayó enamorado de ella, Gara, pero su amor era un amor prohibido, y Jonay debía atravesar a nado la distancia que separaba Tenerife de La Gomera para poder estar con su amada. Pero como todos los amores prohibidos, fueron descubiertos, y en la huida subieron a lo más alto de La Gomera, y abrazados murieron atravesándose con un palo afilado.

Arroyo del Cedro - by AyA

El bosque del Cedro nos abraza más y más a cada paso que damos, a cada metro que nos adentramos en sus profundidades, y los árboles característicos de este tipo de bosques crecen y crecen, su altura es asombrosa, y cuanto más bajamos, más altos son los árboles, en su lucha por alcanzar al sol y en su batalla por absorber toda la humedad posible, algo fácil en ese lugar, dado que en cuestión de minutos te puedes ver envuelto en una espesa niebla, o incluso, como es en nuestro caso, ser empapados por una repentina lluvia.

Tres horas de descenso se notan en nuestros pies, y en nuestra cabeza empieza a prevalecer la idea del regreso, de recorrer nuevamente lo ya recorrido, pero subiendo, y empezamos a plantear que es el momento de descansar y afrontar la vuelta.

Mirador del chorro del Cedro - by AyA

Como en todos los aspectos de la vida, las subidas, las cuestas, las ascensiones son costosas y difíciles, y en esta ocasión no es diferente, pues descender el bosque también ha tenido su precio y nuestros pies están cansados y nuestras rodillas doloridas, pero no hay opción, hay que superar estos problemas y evitar que la noche caiga sobre nosotros antes de llegar hasta donde partimos, y donde tenemos el vehículo para el regreso a casa. A medida que subimos, el esfuerzo es mayor, ya no disfrutamos tanto del paisaje ni del entorno, solo nos concentramos en cada paso que damos, en cada escalón que debemos subir. La altura de los árboles disminuye a medida que alcanzamos nuestro objetivo, la oscuridad que nos empieza a envolver debido a la espesa vegetación de la profundidad del bosque, va dejando paso a la luz del atardecer que se cuela con mayor facilidad a mayor altura respecto al nivel del mar.

"Cuanto más cerca de nuestra meta estamos, todo es más claro, menos espeso, más despejado"

Logramos llegar antes del anochecer, y orgullosos por nuestro esfuerzo y por las nueve (9) horas de senderismo, disfrutamos no solo de una preciosa puesta de sol, sino de un "almuerzo" de campeones a la orilla del mar, en pleno Valle Gran Rey.

Puesta de sol en Valle Gran Rey
Puesta de sol en Valle Gran Rey - by AyA

"Todo esfuerzo tiene su recompensa"