jueves, 19 de septiembre de 2013

El niño que llevamos dentro

La brisa del exterior mueve rítmica y armónicamente las ramas de las palmeras, las sombrillas plantadas en la arena de la playa se mecen pausadamente, al ritmo de las olas, que suavemente acarician la orilla y los pies de aquellos que pasean de un lado a otro o de aquellos que valoran la posibilidad de darse un baño, y es que, a pesar de la fecha, sigue apeteciendo.

by A
Observo a través de las cristaleras de la biblioteca todo ese paisaje que me plantea la cuestión de saber qué hago aquí dentro pudiendo estar ahí, con los pies en la orilla, abrazado por la brisa y el mar.

Mantenerse ajeno al entorno exterior con estas vistas e ideas complica el desarrollo normal de mis actividades profesionales, aunque las tareas programadas para hoy han sido desarrolladas en su totalidad, he vencido la tentación.

Aún así, una idea que lleva unos días rondando por mi cabeza, vuelve a surgir al observar la playa, y es que la playa es de los sitios, de los pocos, que hacen que el niño que llevamos dentro salga a relucir. 

Es en la playa donde jugamos con la arena, construimos castillos, fabricamos armas arrojadizas en forma de bolas de arena, desarrollamos proyectos de alta ingeniería tratando de evitar que la fuerza de las mareas alcance nuestra posición estratégica en la playa, levantamos murallas y cavamos fosos que intentan lograr esa misión, frenar al mar, detener la rutina de las mareas. Corremos tras los niños, aprovechamos la excusa para llenarnos de arena hasta las orejas, llenamos cubos de agua, no se si intentado vaciar el mar o para aprovechar el descuido de aquellos que nos acompañan y empaparlos de arriba a abajo. Nos sorprendemos ante las maravillas de la naturaleza, que en su medio marino nos asombran y maravillan. Dibujamos corazones efímeros, plasmamos nuestras huellas para ver como el mar las borra, o simplemente para observarlas y descubrir como quedan atrás, indicando el camino recorrido, mostrando de dónde venimos...


Es la playa el lugar que elegimos muchas veces para descansar, para desconectar, pero también para disfrutar con los nuestros, el lugar donde los niños disfrutan de la naturaleza y se divierten sin limitaciones, salvo las propias impuestas por su capacidad para nadar o por el propio mar, que es igual en armonía como en fiereza, y quizás por eso nos atrae, al menos a nosotros, que hemos crecido con el mar como referente. 

Por eso no es extraño encontrar siempre a gente cerca del mar, en las playas, en las calas, en los muelles, gente que se abstrae observando el infinito, el horizonte, o el romper de las olas contra el muelle o las piedras, o simplemente disfrutando del sonido que emite.

Y tampoco es extraño ver en la playa a adultos jugando como niños, sacando de su interior su yo infantil, dejándose llevar... al fin y al cabo, ¿quién no ha sido niño alguna vez?

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